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Andrei Gratxev, analista político

Entrevista a Andrei Grachev sobre Rusia, publicada en La Revista de Blanquerna en 2014

2 de marzo de 2022

Recuperamos una entrevista del profesor de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Pere Franch a Andrei Grachev, analista político, que ejerció como consejero y portavoz de Mijaíl Gorbachov en los últimos años de la URSS. Pese a que se publicó en 2014 en La Revista de Blanquerna, esta conversación puede ayudar a entender la situación actual.

Andrei Grachev es analista político, editorialista de Novaia Gazeta, investigador y profesor visitante de relaciones internacionales en Kioto, París y Oxford, y autor de numerosos libros sobre la evolución del espacio postsoviético. En su bagaje como actor político destaca haber sido consejero y portavoz de Mijaíl Gorbachov en los últimos años de la URSS. El pasado mes de abril y mayo (2014) compartió su conocimiento con los estudiantes del Grado de Relaciones Internacionales de Blanquerna-URL. Pere Franch, periodista y profesor de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna-URL, mantuvo esta conversación entrevista con Andrei Grachev, que analiza los últimos eventos que han marcado la agenda política mundial.

Pere Franch: ¿La anexión de Crimea por parte de Rusia no es una violación flagrante de la legalidad internacional?

Andrei Grachev: Es cierto que el traspaso de Crimea a Ucrania en 1954 lo ratificó el Acta Final de Helsinki ya partir de entonces se estableció que los cambios de fronteras en Europa debían darse sólo con un acuerdo político o en aplicación de la expresión de la voluntad de la población. Pero aquí estamos ante el viejo conflicto entre los dos principios de la legalidad internacional: la integridad territorial de los estados y el derecho de autodeterminación de los pueblos, y Rusia dice que actúa de acuerdo con lo que libremente ha expresado la población de Crimea, cosa que refleja una realidad histórica y cultural. Además, si Crimea pudo mantenerse como parte de Ucrania desde 1954 fue, primero, porque con Rusia formaban parte de un único estado soviético y después, ya sin la URSS, porque había una relación cercana entre Kiev y Moscú. Pero ahora la toma del poder político en Kiev por parte de una fracción de la sociedad ucraniana hostil en Rusia ha roto ese equilibrio, como evidencia su decisión, muy provocativa, de suspender el uso del ruso, la lengua materna de la población de Crimea. Por tanto, las cláusulas formales de la legalidad internacional están en cuestión y por eso Moscú reclama que, puesto que el cambio político en Kiev se ha hecho de manera ilegal, como resultado de la presión de la calle y no de un proceso electoral legal, lo mismo puede aplicarse a Crimea, donde la expresión de la mayoría de la población también debe tenerse en cuenta. Es un problema más político que jurídico y para mí la única solución sería construir una especie de estructura integral entre Rusia y Ucrania con una frontera simbólica entre ambos.

PF: Pero Estados Unidos y la UE difícilmente aceptarían una solución como esta...

A. G.: La actual crisis es fruto de una serie de desafortunados errores políticos. Ante todo, una actitud muy irresponsable de la UE, que no ha entendido bien la situación, como no entendió tampoco la antigua Yugoslavia. Ucrania es un país con diferentes realidades, culturales, históricas, lingüísticas y religiosas, y podría mantenerse como un estado integral siempre que se conservara el equilibrio entre las diferentes partes; sin olvidar que económicamente depende mucho de Rusia, por el suministro de energía, por el mercado, y no hablemos ya de las relaciones humanas, familiares y culturales. Por tanto, el caso debería haberse gestionado de manera colectiva, entre Europa y Rusia, cuidando los intereses de ambas partes y sin forzar a Ucrania a hacer una elección imposible entre Rusia o Europa, una elección que empuja al país a la división.

P. F.: Pero ahora parece que ya no hay vuelta atrás y que si los ucranianos quieren ser europeos, el precio a pagar será ceder la parte oriental del país a Rusia. ¿Quién hará o podría realizar concesiones para llegar a una solución como la que usted propone?

A. G.: Debería buscarse un compromiso. En el lado europeo comienzan ahora a oírse voces que dicen que Rusia debería participar en la búsqueda de una solución. Yo sería partidario de volver al punto de partida y que la UE invitara a Rusia, junto con las autoridades ucranianas debidamente legitimadas por unas elecciones, a buscar una solución, porque nadie tiene interés en que las cosas acaben como en la antigua Yugoslavia.

PF: Pero incluso en esta hipotética situación Crimea parece que ya está perdida por Ucrania. ¿En qué circunstancias Moscú podría volver atrás y aceptar esta nueva Ucrania con un poder pactado por Rusia y la UE?

A. G.: No, no hay ninguna posibilidad de volver atrás con respecto a Crimea. Pero no debemos mirar el pasado, sino el futuro. Y deberíamos intentar reconstruir algún tipo de relación de confianza e ir hacia una reintegración entre Ucrania y Rusia –que sería natural para ambos estados– y, de hecho, ¿por qué no una especie de reasociación entre Ucrania, Rusia y la UE que haría menos dramática esta separación de Crimea de Ucrania?

“Rusia intenta recuperar el estatus de potencia inevitable. Tras el derrumbe de la URSS, Occidente se portó como si Rusia también hubiera desaparecido del mundo”

PF: Esta solución significaría para la UE reconocer en Rusia una influencia que no tenía en la escena mundial y que ha demostrado en Ucrania y en Siria. ¿Está recuperando Rusia un cierto estatus de superpotencia?

A. G.: Superpotencia no es la palabra adecuada. Yo diría que Rusia intenta recuperar el estatus de potencia inevitable. Tras el derrumbe de la URSS, Occidente se portó como si Rusia también hubiera desaparecido del mundo. Y pensó que podía actuar unilateralmente, ignorando los intereses y reacciones del lado ruso. Esto fue posible durante la transición rusa, debido a la crisis interna del país, pero ahora Rusia ha salido de la crisis, vuelve a estar presente en la escena mundial y exige su derecho a decir la suya. Se está convirtiendo en un estado con capacidad, como dirían en francés, de nuisance (molestia), que puede bloquear proyectos unilaterales de Occidente.

P. F.: ¿En qué casos Rusia se ha sentido marginada en la escena mundial?

AG: El caso de Yugoslavia fue muy doloroso para Rusia, no sólo porque se sentía muy cerca de los serbios, sino porque fue la verdadera manifestación de no respetar sus intereses en Europa; o en Libia, donde Occidente actuó unilateralmente, superando el mandato de la ONU, otorgado con el acuerdo de Rusia, por cierto. En Siria, en cambio, Rusia ha tenido un papel muy positivo, evitando otra intervención militar unilateral occidental: Moscú se ha convertido en una de las partes en la búsqueda de una solución. Es importante implicar a Rusia en vez de dejarla fuera. El hecho de que todos juntos, de forma colectiva, hemos logrado el acuerdo para destruir el arsenal químico de Siria es muy valioso, lo que confirma que Occidente y Rusia pueden llegar a compromisos, y cuando no encontramos ese lenguaje común estamos ante un conflicto de consecuencias impredecibles.

P. F.: Pero, en el caso de Siria, ¿no apoya Rusia apoyo al régimen de Al-Asad en defensa de sus intereses militares y estratégicos, sin que parezca que le importen mucho los más de 100.000 muertos de la guerra civil?

A. G.: No lo creo. En primer lugar, el caso de Siria es mucho más complicado que el de Libia, donde sólo estaba el régimen dictatorial enfrentado al resto de la sociedad; en Siria, en cambio, existe un conflicto interno que enfrenta a varias comunidades: sunís, chiítas, cristianos, kurdos. Por tanto, en el caso sirio hay que buscar un equilibrio interno. Sustituir a Al-Asad por una oposición representada a la vez por moderados y extremistas no es la solución. Además, no hay que olvidar los intereses de Arabia Saudita, por un lado, y de Irán, por otro. O sea, no existen soluciones simples; sólo dar armas o ayudar a la oposición no detendrá el conflicto. Que los acuerdos de Ginebra I y II, con participación de Rusia, reunieran las diferentes fracciones de la sociedad siria, fue un paso en la dirección positiva. Por otra parte, no creo que los rusos defiendan su posición estratégica en Siria: la base de Tartus es puramente simbólica; y Al-Asad en muchos casos era más bien el cliente de Occidente, después de los rusos, desde el punto de vista político y de la venta de armas... En conclusión, el interés político básico de Rusia es confirmar su estatus de país que debe tenerse en cuenta, que no puede ser ignorado, y que es una entidad inevitable, ineludible.

“La URSS fue quien aseguró la victoria sobre los nazis; para mucha gente que recuerda aquella guerra es difícil ver a su país reducido no sólo a potencia regional sino, además, humillado”

PF: Un sondeo del centro Levada dice que el 83 por ciento de los rusos de más de 55 años sienten nostalgia de la época soviética. ¿Es esta necesidad de ser una potencia “ineludible” una muestra de que en Rusia hay nostalgia de aquella época?

A. G.: Las generaciones mayores tienen sus razones, pero no sienten nostalgia del régimen estalinista totalitario, sino de otras cosas. Primero, del orgullo y la dignidad nacionales: la URSS fue quien aseguró la victoria sobre los nazis; para mucha gente que recuerda aquella guerra es difícil ver a su país reducido no sólo a potencia regional sino, además, humillado. Algunos piensan que no fue justo no reconocer el mérito de que durante la perestroika, con Gorbachov, los rusos encontraran su propia vía para liberarse de un régimen totalitario; no lo hicieron los japoneses ni los alemanes. Este país que buscaba un futuro democrático y reencontrarse con el mundo de fuera, empezando por Europa, encontró injusto que fuera marginado y que no fuera invitado a formar parte de la familia europea, ahuyentado de la casa común europea propuesta por Gorbachov. Esta frustración está muy presente en la sociedad rusa actual y ha provocado un sentimiento de venganza, una posición contra quienes intentan reducir, minimizar, el estatus de Rusia.

"Hay un chiste que dice que toda la propaganda soviética sobre las virtudes del comunismo era falsa, pero que todo lo que decía contra el capitalismo resultó ser verdad"

P. F.: ¿Liderar a esta Rusia que hace frente a quienes la quieren minimizar es el motivo por el que Putin tiene tanto apoyo popular a pesar de la persecución de la prensa, las ONG, los opositores, los gays y todo el mundo que pueda hacerle sombra?

A. G.: No sólo ha pasado en Rusia, hay muchos casos en los que la exaltación o la reconstrucción nacional sirve para compensar los problemas internos. También hay que tener presente que los años del poscomunismo en Rusia fueron muy difíciles. La sociedad soviética quedó muy decepcionada del modelo occidental. Hay un chiste que dice que toda la propaganda soviética sobre las virtudes del comunismo era falsa, pero todo lo que decía contra el capitalismo resultó ser verdad. Esta decepción provoca que se busque un régimen paternalista. Además, el mandato de Putin coincide con una época de prosperidad económica, con un crecimiento del 6 o 7 por ciento, y la gente tiene la sensación de que la estabilidad política y económica vuelve. Por eso parece dispuesta a olvidarse, de momento, de las libertades políticas. Y, efectivamente, Putin saca provecho para establecer un régimen que destruye toda alternativa. Pero esto también cambia: su reelección para un tercer mandato provocó algo que no estaba presente en la sociedad rusa en los últimos años. Fue una revolución de dignidad de la nueva clase media; Rusia comienza a reconstruir su cultura democrática, gracias a la aparición de la clase media.

P. F.: ¿Actualmente en Rusia hay una alternativa a Putin?

A. G.: Ahora mismo, y especialmente después de la crisis de Ucrania, realmente no. Putin capitaliza ese resurgimiento nacionalista; lo explota y lo provoca. Pero no es mérito suyo, se ha aprovechado de la torpe gestión de Occidente a la crisis de Ucrania. Ha tenido buenos reflejos y tendrá por tiempo el apoyo popular, si se dan dos condiciones: primero, si la reincorporación al país de partes de la población rusa de Ucrania se hace sin derramamiento de sangre y, segundo, si la situación económica de Rusia no sufre por la ampliación del territorio ruso ni por las sanciones de Occidente.

P. F.: ¿Cómo valora la actitud del presidente de Estados Unidos respecto a Rusia? ¿Cree que se ha hecho un reset, como dijo?

A. G.: Obama es el reflejo del rechazo de la sociedad americana a las políticas de George Bush. Debe su elección en parte al fracaso de la política unilateral, neocon, de Bush; Putin, en cambio, representa la evolución opuesta; al principio, estaba abierto a cooperar con EE.UU., incluso con Bush después del 11-S, y con Europa, pero enseguida descubrió que sus propuestas de cooperar no se aceptaban, sino al contrario: se sentía amenazado por la ampliación de la OTAN, por la instalación de bases de misiles en Europa del Este y por las revoluciones de colores de Georgia o Ucrania. Putin, pues, que al principio veía a Occidente y EEUU como potenciales socios, pasó a verlos como una amenaza. Según Putin, Occidente actúa de acuerdo con sus criterios cuando se trata de proteger sus intereses y recurre a la legalidad internacional y al Consejo de Seguridad de la ONU cuando le interesa; por eso Putin cree que la única manera de hacerse respetar es, aunque no hacerse temer –ahora no está en condiciones de hacerlo, como en la Guerra Fría–, sí bloquear el paso a EEUU.

P. F.: ¿Acoger a Edward Snowden es una manera de hacerse respetar por EEUU? ¿Por qué Putin le protege?

A. G.: Snowden vio que en el mundo actual, dominado sobre todo por los americanos, había pocos sitios donde encontrar asilo seguro. El único país que asumió el precio de deteriorar su relación con los americanos fue Rusia. Además, durante años, Occidente y los medios occidentales presentaron a Rusia como estado totalitario, donde no se respetaban los derechos humanos ni las libertades civiles... y Putin no pudo resistir la tentación de aprovechar el caso Snowden para dar cuenta que no es un caso aislado; la Patriot Act también representa una merma de las libertades individuales en Occidente. Putin no quiso dejar pasar esa oportunidad de igualar a unos y otros.

P. F.: Este 2014 se cumplen 25 años de la caída del muro. ¿Qué balance hace del mundo de la posguerra fría?

A. G.: Viniendo de Rusia, debo decir que me entristece descubrir que la imagen de Occidente como ejemplo, como horizonte, como objetivo a imitar, está cambiando en la sociedad rusa. Y por eso intenta construir un mundo autosuficiente, lo que beneficia a los intereses de la élite política, que capitaliza esta frustración para mantenerse en el poder. Pero es una triste constatación porque significa que Occidente ha fracasado como encarnación de la historia universal, como ejemplo que podía ser de desarrollo de la humanidad. Esto evidencia que pierde mucho de su soft power, que era al fin y al cabo su principal capital, mucho más eficiente que el hard power, que conserva pero que puede ser contraproducente en este nuevo mundo.

Fotografía: Robert Ramos

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